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sábado, 14 de octubre de 2017

El opus 6 de Arcangelo Corelli




Corría el  año 1985. En el precioso  auditorio -que  se  me antoja llamarle NEOBARROCO- de  Jenaro de la Fuente  Alvarez en el  Campus Compostelano tuvo   lugar mi
iniciación, no en los  Misterios de Eleusis o en el Rito  Mitraico, que  ahora  perdieron glamour y  nadie los hace...no molan. Me iniciaba en la mal  llamada música clásica, lo que suponía dejar atrás mi rusticidad cultural. Iba a ir a  mi  primer concierto, y eso para  el hijo  de un humilde trabajador constituía un magno evento.




 Era  yo un joven universitario, irradiaba  luz y era una  esponja  física  e intelectual. Cosas que me ayudaban  a enfrentarme  al reto  con gallardía. Me iba a enfrentar por vez  primera a lo SENSIBLE. Me  incomodaba  la
 situation, tenía  que recurrir a conceptos que  fueran de mi mundo. Apegado a la tierra. Tenía que hablar mi idioma, apegado a la literaralidad.






 Era mi nacimiento a  tal mundo, pero no lo sabía. Y el Jesuíta Padre Calo ejerció  inopinadamente de comadrona en tal alumbramiento, regalando  en clase a quien lo solicitara  entradas para el concierto. El P. Calo  nos impartía  Historia  de  la Música y siempre  se quejaba   de lo difícil que era  tratar de explicar  Historia  de la Música a  alguien que no sabía leer  los pentagramas. Nosotros  nos  reíamos, inconscientes. 
El P.Calo era un sabio.





El director también tocaba el violín, como es usual en las orquestas de Cámara. Su nombre era Bodhan Warchal -nunca lo olvidaré-. Era un hombre  bajito rodeado por torres humanas, quizá de la  Estepa, que  tocaban un  violín, que se veía pequeñito.






 La necesidad me hizo ver similiudes  entre  la  altura física de  aquel hombrecillo,  que dió señal  del  inicio de  los  concerti con una  sonora y audible  inspiracción y la estatura de mi padre, Francisco López López. Todo iba bien.  Identifiqué la altura física con la moral, como había hecho mi colega el  carolingio Eginardo -con quien nos solíamos  reunir en  claustros, abaciales o no, con un  tal Alcuíno  de York....o  de New York,  y otros  desharrapados, a  fumar algo-. El tal Eginardo,   que entusiásticamente había comparado a Carlomagno  con Octavio Augusto.




 Si era capaz de superar la prueba  musical  me estaba garantiizando el entender los secretos de la Historia, paso previo a la comprensión  de la complejidad del mundo. Podría COMPARAR, una vez demostrada la paridad de mi ingenio con la del antedicho Eginardo. El entendimiento de esto se reserva a los iniciados.





Así que mi  padre,  del que  nada  malo podía esperar, se subió al escenario y  tocaba  mientras dirigía. Y lo hacía bien.




El escenario,  que recuerdo  se metía hacia el patio de  butacas,  -de  ahí lo de  Neobarroco-. Se inmiscuía...en nuestra intimidad, diríamos en el mundo egoísta de hoy. Te sumergía en el espectáculo...pretendía obligada complicidad.


 

Año  2000 dC. Admirando  las columnas de doce metros, de granito  egipcio, que anteceden a la mayor del cúpula de hormigón armado del mundo, recordé todo esto. En  aquel  día, en el Panteón, mi atención iba de la femenina anatomía de las turistas a la lectura de diversos epitafios. Hay mucha gente enterrada allí. Fue ver y oir al mismo tiempo, quizá porque se conectó mi Wifi. Fue leer Arcángelo Corelli y oí su música, en este caso desde el inocuo más allá. Juntos para toda la vida. Siempre me invadirá su buen rollo, incluso en los momentos bajos, que la “enfermedad” hace que sean frecuentes.





¡qué sería de mí sin lo sensible!.Sobre todo ahora, en que la vida muestra  su carácter  adverso,  pero, aún así, la  queremos.


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