Las ventajas e inconvenientes de estar
al final de la clase, donde me habían ubicado.
A mí siempre me tuviera algo de
mágico-escatológico-telúrico la firma de mi padre. Él no había tenido escuela
pero era muy observador, era el típico hombre hecho a sí mismo.
Había copiado una letra elegante, con rabitos. Igualmente se había
construído una personalidad social, condición necesaria para la
actividad comercial, único método de dejar atrás a fame da aldea.
Fuera el 5º hijo y la casa no lo podía mantener, lo que le obligó
desde temprana edad a buscarse la vida. A los 12 años se había
escapado de casa para irse a una mina en Villlablino, en otra
provincia lejana. No hubo denuncia por maltrato infantil. Para un
niño de Caborrecelle, Portomarín, arriesgarse en los años 30 ir a
León era un periplo digno de un héroe hercúleo. A los 3 meses mi
abuelo lo reclamó y él, cual Hijo Pródigo, volvió a casa, ¡con
TRES DUROS ganados!. Magro capital, una vaca se compraba por UN
duro. Tal retribución se explicaba porque el Coto había empezado
empujando un carretón o vagoneta y al poco lo pasaron a picador de
primera,.Cas(a)coto era nuestra casa en la aldea, la Casa matriz si
hubiera títulos nobiliarios.
Pero hablaba de su firma. Ya dije que
siempre fue mágica la abreviatura que hacía de Fco Francisco. Así se
llamara mi abuelo, mi padre y yo. Por eso cuando ví oportunidad de
hacer lo propio, en una presentación, firmé con orgullo Fco López
Cabarcos. Cuando lo leyó Dña Evangelina no tuvo en cuenta lo
antes dicho. Vió algo punible y preguntó en alta voz quién era el
autor de tamaña atrocidad. Tímidamente levantè la mano aceptando
la autoría.
Fue levantar la mano y Doña tomó la
salida. Regla en mano dió en correr hacia nos. A mi lado estaba
Carlos Dablanca. Pero Doña tenía tanto afán en castigar que
tropezó y cayó. Mano de santo, con la caída se le olvidó el
castigo y, por estar al fondo libramos, vamos libré.
Pero no todo eran ventajas, un par de
veces al año venía un comercial de Álbumes Maga y era algo tan
novedoso lo que enseñaba que creíamos que aquel álbum de coches o
ciclistas una vez terminado sería como un Eldorado casero, de
incalculable valor. Tras la presentación el comercial le dejaba a
la profe tres o cinco álbumes para que los sorteara. Doña siempre
los sorteaba igual. Ella pensaba un número y quien lo acertara se
llevaba el álbum. Pero años después me dí cuenta que siempre
tocaba “por delante” donde se sentaban los hijos de sus amigos.
También me percaté que el sistema era mejorable. Pero a los de
atrás nunca nos tocaban los preciados álbumes, nunca nos tocaba
nada. Y esto en un puer -o puella- engendra frustación para los
excluídos, los no-hijos de sus amigos. Pero en eso radicaba por
entonces la Enseñanza, la triste. Me acordé cuando leí Bajo las
ruedas de H Hesse. Todo esto me hacía fuerte.
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