Recuerdo
de aquel tiempo que tuve una noción del saber científico absoluto,
salpicado de conceptos religiosos poco claros, pero de una veracidad
absoluta, sin fisuras en la fé, con la cual debíamos de venir
programados, vamos me hacía la picha un lío. Era el TIMOR DOMINE
pero yo no lo sabía.
El
saber se me presentaba como único y omnipresente, como aprendí por
aquellas que había un dios, vetero testamentario y con muy mala
leche. Se mezclaba la Geografía Física con la Bíblica, la
Historia Sagrada con la Historia. Dónde vivía yo?, en Cafarnaum?,
o habitaba tras los muros de Jericó, por qué no salía nunca Lugo
o algún otro sitio conocido?, tendría que empadronarme en algún
sitio?, era la colonia gitana de Nazaret de mi ciudad la misma que la
Nazareth de que hablaba la Biblia?. La transcendencia mística me
llevaba a relacionarlo todo a ver si me aclaraba. Lo que me
desconcertaba mucho era el pozo de la buena Samaritana. Si bien me
alegraba de saber lo que era un pozo, me surgían dudas cuando me
imaginaba nítidamente la mujer con sus brazos en jarra apoyada
con su cadera en el típico pozo gallego o castelllano, o incluso manchego con su
roldana, su cubo y su murete para evitar accidentes. No cuadraban las
imágenes iconográficas sobre todo por la cara pícara de la
galeguiña. Lo mismo que la famosa piscina de Siloé, era el mismo
concepto que la piscina climatizada del Club Fluvial de
Lugo...algo me iba sonando, pero poco. La escuela era un camino
pendiente y pedegroso de monte, que el más famoso de aquellas era el
Sinaí, que debía de quedar en una región ignota del Courel. Me
asía a los pocos conceptos que tenía claros y claro, me liaba.
Vivía
en un medio alienante, dónde los mayores castigaban o podían
castigar a los niños. Sólo de pensarlo me achuchaba y lloraba.
En alguno de aquellos inmensos y solitarios pasillos sentía mi
terrible propósito de SABER como algo no accesible para mí. Me
escondía en el servicio, dónde nadie me viera. Un día en el
camino al patio de recreo exploté. De aquellas vestía pantalones
cortos. No sabía a donde iba en mundo, tuve el presentimiento de
que iba a pasar algo, me quedé estático, paralizado, hasta que
entre mis glúteos sentí un reparador calor. Me había cagado.
Llegaba a casa (esta vez inexplicablemente) y era entonces cuando mi
madre me consolaba y limpiaba y me instaba a preguntarle a la
profesora, no a Doña, sino a la de prácticas, por supuesto, pensaba
yo, si ela nacera aprendida?. Para ser una campesina urbana, tenía
ingenio o era instinto de supervivencia. A ella la iban a buscar a
clase para ir coas vacas, cosa que ella prefería. Eran los años
cuarenta. No hizo carrera como se supone.
En
mi afán etimológico, Evangelina tenía algo de sacro Evangelio,
de verdad revelada. Para rematarla todos conocíamos a Pedro, uno de
los mejores alumnos, uno de los más aplicados y gran persona. Tenía
un andar parsimonioso, de persona mayor. Pero yo transformaba esta
dignidad, y se la atribuía al Apóstol Pedro. Veía factible ir a
clase con el Apóstol Pedro (el niñ@ todo lo puede) y aquel andar
le dotaba de unas venerables barbas en mi imaginación. Años
después, echaba en falta falta de similitud iconográfica. Éste
Simón Pedro no se parece al Pedro del colegio pensaba sorprendido.
En
resumidas cuentas, me hallaba desnudo frente a la transcendencia, a
la vida. Y me acojonaba.
Ten a súa coña o que escrives Paco
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