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martes, 9 de junio de 2015

Notas biográficas IV

Recuerdo de aquel tiempo que tuve una noción del saber científico absoluto, salpicado de conceptos religiosos poco claros, pero de una veracidad absoluta, sin fisuras en la fé, con la cual debíamos de venir programados, vamos me hacía la picha un lío. Era el TIMOR DOMINE pero yo no lo sabía.

El saber se me presentaba como único y omnipresente, como aprendí por aquellas que había un dios, vetero testamentario y con muy mala leche. Se mezclaba la Geografía Física con la Bíblica, la Historia Sagrada con la Historia. Dónde vivía yo?, en Cafarnaum?, o habitaba tras los muros de Jericó, por qué no salía nunca Lugo o algún otro sitio conocido?, tendría que empadronarme en algún sitio?, era la colonia gitana de Nazaret de mi ciudad la misma que la Nazareth de que hablaba la Biblia?. La transcendencia mística me llevaba a relacionarlo todo a ver si me aclaraba. Lo que me desconcertaba mucho era el pozo de la buena Samaritana. Si bien me alegraba de saber lo que era un pozo, me surgían dudas cuando me imaginaba nítidamente la mujer con sus brazos en jarra apoyada con su cadera en el típico pozo gallego o castelllano, o incluso manchego  con su roldana, su cubo y su murete para evitar accidentes. No cuadraban las imágenes iconográficas sobre todo por la cara pícara de la galeguiña. Lo mismo que la famosa piscina de Siloé, era el mismo concepto que la piscina climatizada del Club Fluvial de Lugo...algo me iba sonando, pero poco. La escuela era un camino pendiente y pedegroso de monte, que el más famoso de aquellas era el Sinaí, que debía de quedar en una región ignota del Courel. Me asía a los pocos conceptos que tenía claros y claro, me liaba.

Vivía en un medio alienante, dónde los mayores castigaban o podían castigar a los niños. Sólo de pensarlo me achuchaba y lloraba. En alguno de aquellos inmensos y solitarios pasillos sentía mi terrible propósito de SABER como algo no accesible para mí. Me escondía en el servicio, dónde nadie me viera. Un día en el camino al patio de recreo exploté. De aquellas vestía pantalones cortos. No sabía a donde iba en mundo, tuve el presentimiento de que iba a pasar algo, me quedé estático, paralizado, hasta que entre mis glúteos sentí un reparador calor. Me había cagado. Llegaba a casa (esta vez inexplicablemente) y era entonces cuando mi madre me consolaba y limpiaba y me instaba a preguntarle a la profesora, no a Doña, sino a la de prácticas, por supuesto, pensaba yo, si ela nacera aprendida?. Para ser una campesina urbana, tenía ingenio o era instinto de supervivencia. A ella la iban a buscar a clase para ir coas vacas, cosa que ella prefería. Eran los años cuarenta. No hizo carrera como se supone.

En mi afán etimológico, Evangelina tenía algo de sacro Evangelio, de verdad revelada. Para rematarla todos conocíamos a Pedro, uno de los mejores alumnos, uno de los más aplicados y gran persona. Tenía un andar parsimonioso, de persona mayor. Pero yo transformaba esta dignidad, y se la atribuía al Apóstol Pedro. Veía factible ir a clase con el Apóstol Pedro (el niñ@ todo lo puede) y aquel andar le dotaba de unas venerables barbas en mi imaginación. Años después, echaba en falta falta de similitud iconográfica. Éste Simón Pedro no se parece al Pedro del colegio pensaba sorprendido.


En resumidas cuentas, me hallaba desnudo frente a la transcendencia, a la vida. Y me acojonaba.

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